Hamilton y la Limpieza de Sangre

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El musical Hamilton de Lin-Manuel Miranda continúa triunfando en Broadway, y lo hará todavía durante mucho tiempo más, después de verse en portada de todos los noticieros gracias a las críticas recibidas por el recién elegido como futuro presidente Donald Trump.

Se trata de un musical que reescribe la historia fundacional de los Estados Unidos en clave inclusiva, como país de emigrantes emancipados de una metrópolis racista, por lo que las críticas del nuevo presidente eran previsibles. El detonante ha sido una visita de Mike Pence, propuesto para el cargo de Vicepresidente; y un manifiesto a favor de la inclusión que le leyeron en el teatro, que provocó las iras del presidente electo.

El primer secretario de Estado, Alexander Hamilton era un emigrante de las islas británicas del Caribe. La música de Hip Hop y ritmos urbanos de este famoso éxito de Broadway, muestra esa realidad mestiza de modo actualizado e impactante. Hamilton puede simbolizar muy bien la realidad cosmopolita de los artistas en Nueva York. Y no es extraño que haya tenido apoyo del mismo Obama, que felicita públicamente al musical por sus merecidos premios. Contraviniendo las críticas de Trump, también el Vicepresidente Pence alabó  el musical y agradeció las palabras que le dedicaron en el teatro, pese a reconocer que no era ese el momento ni el lugar más oportuno para expresarlas.

El racismo parece estar en contradicción con la teoría universalista y cosmopolita de los sistemas políticos modernos, democráticos en el presente, y cristianos en el pasado. Pero sin embargo ha estado, y sigue estando, muy activo en la acción política en general, aunque lo haga de modo invisible. No es sólo un fenómeno del nazismo, sino una tendencia bastante universal, contra la que hay que estar siempre en guardia, como estudia un reciente libro.

Teóricamente, en el Imperio español cualquier cristiano era igual que otro; todos hijos de Dios y por tanto hermanos espirituales en igualdad de derechos por compartir la misma Fe. No se aceptaban discrepancias a la religión oficial, pero según la ley no había tampoco discriminación por origen geográfico o de raza. Y, sin embargo, en el cosmopolita sistema de gobierno español del imperio Habsburgo, con gobernantes de todas las naciones de Europa, siempre hubo diferencias y racismo más o menos encubierto.

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Teóricamente, los indios eran ciudadanos con los mismos derechos, pero costó mucho tiempo que pudieran desempeñar cargos de gobierno, y lo mismo ocurría con los conversos judíos. En los puesto de responsabilidad, tanto en América como en Europa, la limpieza de Sangre fue un recurso del poder aristocrático para resistir la creciente influencia de los sectores burgués y eclesiástico (en donde los conversos tenían una presencia muy marcada). Su mayor apogeo fue el siglo XVII, y lo ilustran muy bien las invectivas raciales del aristócrata Quevedo contra el clérigo de origen converso Góngora.

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En el sigo siguiente, los reyes ilustrados borbones se apoyaron en estas clases burguesas, y crearon una nueva nobleza distinta de la vieja aristocracia de los Austrias. La lucha de los colegiales contra los manteístas fue el último episodio de la limpieza de sangre, y en cierto modo adelantaba las luchas de clase que se producirían después, ya en el «nuevo» Régimen.

Contradiciendo el origen becario de los colegiales, eran los nobles los que se habían adueñado ya de los colegios mayores; y solían después ocupar todos los cargos de responsabilidad política y social, gracias a las redes de amistad y vínculos familiares establecidos allí. Los manteístas vivían en casas particulares y pensiones, donde tenían que realizar diversos trabajos domésticos para poder vivir. Eran llamados así por ir vestidos con el traje talar y encima el manteo (capa con cuello), pues muchos de ellos eran eclesiásticos.

Estos funcionarios que no provenían de los colegios mayores, mostraron pronto gran pericia para las funciones de gobierno, por su esmerada preparación universitaria. De ellos salió el nuevo funcionariado, y la superación del problema viejo de la limpieza de sangre. Una vez en el poder, podían apoyarse también de otros manteístas, provocando así una crisis en los colegios mayores españoles, que dura hasta hoy.

El ministro Campomanes es un buen ejemplo de manteista, aunque en este retrato lleve golilla propia de colegial, para romper del todo ya con las diferencias. El tema de la limpieza de sangre duraría, sien embargo, en el ejército y otros ámbitos de poder hasta casi entrado el siglo XX.

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Limpieza de Sangre en la URSS y otras «democracias»

Este mismo problema de la Limpieza de sangre se ha dado en los modernos sistemas democráticos, incluidos aquellos que surgieron de revoluciones que defendían la fraternidad e igualdad de todos sus ciudadanos; e incluso aquellos que defendían los derechos del pueblo contra la aristocracia, como los sistemas “democráticos” socialistas. En ellos, pese a la retórica cosmopolitista dominante en el discurso oficial, finalmente se impuso un racismo encubierto que hacía que unos ciudadanos fueran ciudadanos de segunda, sospechosos de falta de limpieza de sangre.

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Estos eran los hijos de “enemigos del pueblo”, descendientes de los Blancos del pasado; y con el tiempo, también los judíos, por muy soviéticos que fueran (como narra Vasily Grossman en sus escritos autobiográficos). La “limpieza de sangre” aseguraba los puestos del poder en puestos clave del funcionariado y del partido pertenecieran durante generaciones a los líderes de la revolución que habían sobrevivido a las purgas de Stalin y no tenían antecedentes judíos.

Los británicos aplicaron también firmemente el tema de la limpieza de sangre con un colonialismo elitista que llevaron a América. No es necesario precisar mucho más sobre este modo de gobernar británico que dura hasta el final mismo del imperio Victoriano.

Sólo recientemente parecía que los Estados Unidos de America estaban a punto de superar este viejo problema de la limpieza de sangre, más o menos encubierta; con la elección de un presidente como Obama, y con el triunfo sin precedentes de un show histórico como Hamilton, en el que se defiende abiertamente la inclusión de razas y religiones. Se trata de una relectura del pasado, el origen de los nuevos Estados Unidos Americanos, que busca alentar un futuro inclusivo.

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Por eso es muy ilustrativo que Trump haya arremetido contra el musical, con ocasión de la asistencia de su Vicepresidente Pence, y la carta que leyeron públicamente algunos de los protagonistas del reparto. No estaba presente ya su director, Lin-Manuel Miranda, que hace meses que no interpreta el personaje principal.

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Trump representa de nuevo la limpieza de sangre. Aunque se presente como populista, es el símbolo de la a resistencia de una parte del pueblo mas tradicionalista, y de las clases aristocráticas de los EEUU, contra la imparable ascensión a puestos de relevancia de los que no son tan puros racialmente.

Por eso este show se ha convertido en la piedra de toque de las luchas culturales contra el restablecimiento en los Estados Unidos de la limpieza de sangre más o menos encubierta; la recuperación del poder para las grandes élites de lo que se considera puramente americano: La cultura WASP (White, anglo-saxon, protestant).

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Pese a lo que decía la prensa contraria en campaña electoral, la mayoría de los votantes republicanos no le han votado a Trump como presidente por ser racista. Pero sí por esa política suya que da por supuesto que el enemigo puede estar en cualquier sitio, hay que estar siempre alerta. Y es el miedo a ese enemigo invisible lo que justifica de nuevo la limpieza de sangre como garantía del futuro.

Aún no se han creado las normas inquisitoriales para garantizarla, pero es cuestión de tiempo. De momento, las críticas contra el musical Hamilton, uno de los mejores musicales de los últimos tiempos, muy justamente alabado por Obama, pueden servir de muestra de por dónde van a ir las próximas guerras culturales, y raciales, aunque no lo parezcan.

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